¿De qué está hecho el
espacio?
(Por José
Luis Fernández Barbón)
Capítulo 9 de CIENCIA, y además lo entiendo!!!
¿Qué
es el espacio vacío? Sin duda, una pregunta de fundamentos que ha sido objeto
de atención más filosófica que científica a lo largo de los siglos. Lo cierto
es que, en los albores del siglo XXI, no sabemos realmente qué es el espacio,
pero sí tenemos una gran cantidad de información acerca de su estructura. Una
información destilada con cuentagotas a lo largo de tres milenios.
Probablemente, el paso más importante
en esta epopeya fue el primero, cuando los griegos inventaron la geometría, su
gran contribución a la historia del conocimiento. La geometría griega fue la
primera gran teoría científica de la historia, la primera que podemos
considerar “correcta”, en el sentido de que nunca será suplantada en su dominio
de aplicación. Todos esos hechos familiares acerca de triángulos y círculos que
aprendemos en la escuela primaria caracterizan lo que podríamos considerar la
“estructura” del espacio.
El siguiente paso cualitativo tuvo
lugar en el siglo XIX, cuando los matemáticos se dieron cuenta de que la geometría
euclidiana no era lógicamente necesaria. De pronto, era posible imaginar que,
al medir con mucha precisión los tres ángulos de un triángulo, la suma
resultara ligeramente diferente de 1800. La caracterización final de
todas las posibles desviaciones de la geometría griega la dio Riemann, que
elucidó en toda generalidad el concepto de curvatura. Así, a finales del siglo
XIX la geometría del espacio vacío empieza a considerarse, después de todo, una
cuestión experimental.
Al mismo tiempo, la física entra en
una crisis de fundamentos en relación con el comportamiento de la luz, una
crisis de la que emergerán nuestras concepciones actuales del espacio, el
tiempo, y la materia. Einstein es la figura dominante en este período
revolucionario. En el “año milagroso” de 1905 sentó las dos bases sobre las que
descansa el edificio de la física moderna: los conceptos de espacio-tiempo y de
partícula cuántica. En un sentido muy literal, toda la física del siglo XX es
una elaboración de estas dos ideas fundamentales: la energía se organiza en
“paquetes”, que llamamos partículas cuánticas, y que conforman tanto la
“materia” como las “fuerzas”. Todo esto sucede en un escenario geométrico
llamado espacio-tiempo, una generalización de la geometría griega que incluye al
tiempo.
El espacio-tiempo es una peculiar
mezcla entre espacio y tiempo, análoga a la visión del espacio ordinario como
una mezcla entre las diferentes direcciones. Estamos familiarizados con la idea
de que el noroeste es una mezcla de las direcciones norte y oeste. Para cambiar de dirección en el espacio,
efectuamos un giro por un cierto ángulo. Análogamente, para cambiar de
dirección en el espacio-tiempo, efectuamos un movimiento a una cierta
velocidad. Diferentes observadores llaman “espacio” a diferentes “secciones
transversales” del mismo espacio-tiempo aunque, al igual que ocurre con las
diferentes direcciones del espacio, todas estas posibilidades son equivalentes
entre sí.
Existen también algunas diferencias
entre la descomposición del espacio en direcciones y la descomposición del
espacio-tiempo en espacio y tiempo separados. En el primer caso podemos mezclar
cualesquiera direcciones porque todos los ángulos son posibles. En el caso de
la mezcla entre espacio y tiempo, solo podemos efectuar movimientos a
velocidades inferiores a la de la luz, que resulta ser la velocidad máxima en
la naturaleza. Este requerimiento es equivalente a la imposibilidad de viajar
al pasado, es decir, la imposición de una relación consistente de causalidad.
La culminación de la obra de Einstein
fue el descubrimiento de que, en presencia de un campo gravitacional, las
diferentes direcciones del espacio-tiempo dejan de ser equivalentes: el
cociente entre el perímetro y el diámetro de una circunferencia, o la suma de los
ángulos de un triángulo, depende de la posición de éstos con respecto al objeto
que crea el campo gravitacional. Einstein describió esta situación diciendo que
la gravitación es equivalente a la “curvatura” del espacio-tiempo.
Literalmente, la energía contenida en el espacio produce una deformación de su
estructura geométrica, como si fuera una especie de membrana elástica.
Al igual que ya hiciera Maxwell en el
siglo XIX con el campo electromagnético, Einstein fue capaz de encontrar las
ecuaciones que gobiernan estas deformaciones de curvatura, como función de la
densidad y tipo de energía contenida en el espacio. Podemos resumir estas
ecuaciones en algunas reglas intuitivas:
1) Si la energía está localizada, como
ocurre con un conjunto de partículas elementales que se encuentran en el
interior de una cierta región, la ley de
Einstein nos dice que el espacio se “estira” en la dirección radial y se
contrae en la dirección transversal, de tal forma que si fuéramos a dibujar un
círculo alrededor de la materia localizada, el cociente entre el perímetro y el
diámetro sería menor que π. Toda energía localizada se puede analizar como un
conjunto de partículas elementales de diferentes tipos, pero todas ellas tienen
energía positiva con respecto al vacío.
2) Si hay energía en el propio vacío,
el efecto solo es visible a grandes distancias. En el caso de que la energía del vacío sea negativa, el espacio se
curva de forma que funciona como una caja de paredes suaves: tiramos una piedra
y vuelve como un bumerán. Por el contrario, si la energía del vacío es
positiva, el espacio se expande exponencialmente: cada cierto tiempo fijo, el
volumen de espacio se dobla, produciendo una separación exponencial de
cualesquiera partículas existentes en su interior. A la energía del vacío se le
ha llamado “constante cosmológica” y más recientemente, “energía oscura”.
A lo largo del siglo XX, los físicos
han corroborado la ley de Einstein en todas las situaciones en las que el test
cuantitativo ha sido posible. La última, y seguramente la más espectacular, es
la detección directa de las ondas gravitacionales. Si el espacio-tiempo es
“elástico”, debería transportar ondas de curvatura cuando una distribución de
energía cambia con el tiempo. Según la teoría de Einstein, el “coeficiente de
elasticidad” del espacio es la constante de gravitación de Newton, que es muy
pequeña. En otras palabras, cualquier efecto de la gravitación, incluidas las
ondas gravitacionales, está suprimido por la extrema debilidad intrínseca de la
fuerza gravitacional, algo que todos experimentamos cuando le ganamos la
partida a todo el planeta Tierra mientras sostenemos un lápiz entre nuestros
dedos. Así que las ondas gravitacionales requieren eventos de alta energía para
generarse significativamente, y además son muy difíciles de detectar
directamente. Eso explica los 100 años de espera para detectarlas finalmente en
el interferómetro LIGO. Además, ha sido
necesario un cataclismo como la colisión de dos agujeros negros de treinta
masas solares para generar ondas suficientemente potentes como para que se
pudieran detectar aquí, a 1300 millones de años luz de distancia.
Sin embargo, el descubrimiento de las
ondas gravitacionales no ha supuesto ninguna sorpresa desde un punto de vista
fundamental, pues ya se consideraban prácticamente descubiertas, en un sentido
indirecto, desde los años 70, cuando se comprobó que estrellas de neutrones en
órbita mutua perdían energía justamente al ritmo adecuado para ser interpretado
como una emisión de ondas gravitacionales.
Desde un punto de vista de “fundamentos”, el descubrimiento más
importante sobre la estructura del espacio es sin duda la aceleración de la
expansión del universo. Dicho de otra forma, el descubrimiento de la “energía
oscura”. Desde hace dos décadas sabemos que el 70% de todo el contenido
energético del universo está en forma “oscura”, es decir, almacenada en el propio
vacío.
En sí mismo, el hecho de que el vacío
tenga una cierta densidad de energía no es particularmente sorprendente.
Después de todo, debería estar “lleno” del campo de Higgs, responsable de las
masas de las partículas elementales. Más en general, en cualquier teoría
cuántica, el estado de mínima energía tiene necesariamente un mínimo de
fluctuaciones, garantizadas por el principio de indeterminación de Heisenberg.
La energía de esas fluctuaciones mínimas no se anula, salvo que existan
cancelaciones especiales entre diferentes grados de libertad. En la teoría
cuántica de partículas elementales, la contribución de fluctuaciones cuánticas
a la energía oscura es gigantesca, mucho mayor que la que ha sido efectivamente
medida por los astrónomos. Por tanto, sabemos que existe una cancelación
misteriosa entre diferentes contribuciones a la energía del vacío, dejando un
residuo comparativamente pequeño, pero desconocemos por completo el mecanismo
responsable de esta cancelación aproximada.
Cuando Einstein descubrió la
relatividad en 1905, demostró que el espacio no es una sustancia ordinaria,
porque no tiene sentido preguntarnos si nos movemos o no con respecto al
espacio vacío. Sin embargo, sus descubrimientos en la década siguiente
contribuyeron a añadir más y más propiedades al espacio: no solo se comporta
como un medio elástico, sino que alberga una energía interna perfectamente
detectable. Hoy en día, el mayor problema de fundamentos de la física no es
tanto la existencia de una energía oscura, como explicar por qué es tan
pequeña.
Seguramente, la respuesta a este tipo
de cuestiones requerirá una teoría completa de la naturaleza cuántica del
espacio-tiempo. En las últimas dos décadas se ha registrado un progreso
importante en esta dirección, gracias a la investigación de las propiedades de
los agujeros negros. Dado que el espacio tiene propiedades elásticas, nos
podemos preguntar si tiene un límite de resistencia a la deformación. En otras
palabras, ¿es posible “romper” el espacio mediante la acumulación de suficiente
energía localizada? La respuesta es afirmativa: por encima de un cierto límite,
el espacio contenido en una cierta región colapsa sobre sí mismo produciendo
una singularidad de curvatura infinita. Vista desde fuera, esa región se ve
negra, y se denomina “agujero negro”.
Gracias al trabajo de Hawking y
Bekenstein en los años 70, sabemos que los agujeros negros son la forma más
radical de información acumulada en la naturaleza. Sin embargo, es sorprendente
que la información oculta en un agujero negro no se organiza en su interior,
sino más bien en la superficie del “horizonte de sucesos”, el borde exterior
del agujero negro. Si esto es así, el interior del agujero negro sería como un
holograma: la información estaría localizada en “píxels” en el horizonte, y el
interior sería una proyección aproximada. Gerard ´t Hooft y Leonard Susskind
propusieron hace dos décadas que todo el espacio podría funcionar de esta
forma. En 1997 Juan Maldacena propuso un mecanismo matemático para representar
la proyección holográfica en un espacio con energía oscura negativa. Desde
entonces, la física teórica ha estado dominada en gran medida por el estudio de
este modelo particular.
El funcionamiento del holograma de
Maldacena es tan intrincado que una parte importante del trabajo de los físicos
teóricos es, literalmente, “desmontarlo” como si de un viejo aparato de radio
se tratara, para descubrir los detalles de su estructura interna. ¿Y qué ha
emergido como resultado de este esfuerzo? Según parece, el truco fundamental
del holograma sería el entrelazamiento cuántico.
El entrelazamiento cuántico es
probablemente el aspecto más extraño de la realidad cuántica, tanto que el
propio Albert Einstein lo consideró inaceptable. Se dice que dos sistemas
cuánticos están totalmente entrelazados cuando su estado físico colectivo está
totalmente determinado, pero su estado físico individual está totalmente
indeterminado. El sentido común nos diría que para saberlo todo sobre un
sistema compuesto es necesario saberlo todo sobre las partes que lo componen.
Sin embargo, el entrelazamiento cuántico consiste precisamente en la negación
radical de esta idea enraizada en nuestro sentido común. En cualquier caso, por
más que se trate de algo poco intuitivo, sabemos que las partículas elementales
satisfacen las leyes cuánticas del entrelazamiento.
Los resultados más recientes parecen
sugerir que el espacio “está hecho”, en un sentido más o menos literal, de
entrelazamiento cuántico puro. El ejemplo más espectacular de esto ha sido
propuesto recientemente por Maldacena y Susskind, bajo el acrónimo
EPR=ER
Las siglas del miembro izquierdo se
refieren a las iniciales de Einstein, Podolsky y Rosen, que describieron las
propiedades inesperadas del entrelazamiento cuántico en un famoso artículo en
1935. El mismo año, dos de los autores, en este caso Einstein y Rosen, descubrieron espacios con “agujeros de
gusano”, atajos espaciotemporales entre dos puntos distantes que conocemos bien
por las películas de ciencia ficción. Pues bien, Maldacena y Susskind proponen
que dos agujeros negros fuertemente entrelazados estarían unidos por un puente
interior, el agujero de gusano de Einstein-Rosen. En este caso, la conexión
interior entre los dos horizontes se produciría como resultado de la enorme cantidad
de entrelazamiento cuántico entre ambos agujeros negros. A diferencia de los
agujeros negros de las películas, de éstos no se puede salir, porque las
puertas son agujeros negros, y como es bien sabido, puedes entrar en ellos pero
nunca puedes salir.
A día de hoy, la conjetura de
Maldacena-Susskind aun espera demostración, incluso a un
nivel puramente matemático. Queda para el futuro elucidar si estas ideas
fascinantes nos permitirán avanzar en la respuesta a la pregunta que da título
a este capítulo… “¿De qué está hecho el espacio?” La mayoría de nuestras
conjeturas matemáticas están basadas en el modelo de Maldacena, que representa
la holografía en un mundo con energía oscura negativa. Sin embargo, sabemos que
nuestro universo presenta una energía oscura positiva, y en este caso las ideas propuestas no
parecen suficientes. Lo más probable es que la solución al problema requiera
entender finalmente la enorme cancelación parcial de la energía oscura, algo
que, como indicamos anteriormente, se puede considerar como el misterio más
urgente de la física fundamental.
Bibliografía:
“La
guerra de los agujeros negros. Una controversia científica sobre las leyes
últimas de la naturaleza”, Leonard Susskind.
“Geometría
y entrelazamiento cuántico”, Juan M. Maldacena (Investigación y Ciencia,
Noviembre 2015).
“Black Holes, Information and the String Theory
Revolution”, Leonard Susskind and James Lindesay.
José Luis Fernández
Barbón
Doctor
en Física
Investigador Científico,
Instituto de Física Teórica IFT CSIC/UAM
Que buena información si me sirvió :) :) :) :) :)
ResponderEliminarhostia esta chido esto
ResponderEliminarinteresantisimo, sentia una gran ansiedad por saber que es el espacio en si, otra cuestion seria saber si se puede expandir infinitamente o el entrelazamiento cuantico tiene un limite...
ResponderEliminarGracias por el comentario.
EliminarTe animo a que te pongas en contacto con el IFT y les traslades tus cuestiones. Te pueden indicar algún vídeo de divulgación que te pueda ayudar. Tienen un canal de YouTube muy bueno.
No sé si es un problema de comprensión lectora, de falta de fundamentos básicos sobre física, o simplemente que mi mente no da para más. Lo cierto es que habré entendido un 10% del artículo. He leído muchas cosas de divulgadores científicos y sigo como al principio. Casi me sé de memoria toda la terminología, pero no entiendo lo que dice. He entrado en este blog buscando justamente respuesta al título del artículo: "De qué está hecho el espacio". ¿El espacio es una sustancia? ¿Es una cosa? Veo que se sabe bastante de sus propiedades (elasticidad, curvatura, etc), pero no de lo que es en sí el espacio. En fin, seguiremos exprimiendo mis casi secas neuronas buscando comprender.
ResponderEliminarAquí encontrarás respuestas interesantes!!!
ResponderEliminarLectura online y descarga gratuita legal (Commons)
CIENCIA, y el "Cosmos" del siglo XXI (2020)
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CIENCIA, y un gran paso para la humanidad!!! (2019)
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