Recomendaciones en este Blog.
Un blog sobre los libros que nos hicieron amar la ciencia - A blog about books that made us love science
jueves, 23 de agosto de 2018
¿Qué es el azar? - Lance Fortnow
Recomendaciones en este Blog.
martes, 21 de agosto de 2018
¿Qué es la Topología? - Marta Macho Stadler
jueves, 16 de agosto de 2018
¿Qué son los números imaginarios? - Yves Huttel
1: “Cómo los ordenadores cuánticos cambiarán para siempre la computación”
martes, 14 de agosto de 2018
Números Ordinarios y Binarios - Pedro Alegría Ezquerra
jueves, 9 de agosto de 2018
Filosofía: ¿Historia o historia inversa? - Enrique Zuazua
Si
un extraterrestre nos visitara constataría que nuestra civilización ha
evolucionado hasta una realidad admirable. La valoración que nuestro “estado
del arte” le mereciera, dependería del nivel de evolución alcanzado por su
propia civilización, pues todo es relativo, también en materia de progreso. Su
percepción estaría condicionada por su capacidad de identificar la vida y de
comunicarse en nuestras claves pues, no olvidemos, nuestra concepción de la
vida y de la inteligencia está absolutamente condicionada por nuestra propia
naturaleza. Ocurriría lo mismo si fuese alguno de nosotros quien visitase otro
mundo.
La conocida novela “El planeta de los simios” (famosa también por la película de
Charlton Heston (1968) y la posterior saga) del escritor francés Pierre Boulle (1912-2014) narra la
situación inversa. El periodista humano
Ulises Mérou, tripulante de la expedición a la estrella Betelgeuse en el año
2500 llega a Soror, uno de los planetas que orbita alrededor de la estrella,
controlado por los simios y donde la raza humana vive en estado salvaje. Mérou
debe demostrar a los simios que no es un animal, sino un ser inteligente y
racional y se dirige así a la simia Doctora Zira:
¿Cómo no se me había ocurrido utilizar este medio tan sencillo? Tratando de
recordar mis estudios escolares, tracé sobre el carnet la figura geométrica que
ilustra el teorema de Pitágoras. No escogí este tema por casualidad. Recordé
que, en mi juventud, había leído un libro sobre empresas del futuro en el que
se decía que un sabio había empleado este procedimiento para entrar en contacto
con inteligencias de otros mundos. [...]
Fig. 1 Boulle enlaza así con la idea de que las Matemáticas constituyen el lenguaje del universo, tal y como estableció Galileo Galilei (1564-1642). Su necesidad emerge cuando el ser humano se plantea la posible comunicación con el más allá.
Si se tratase de un visitante extraterrestre que llegase
a nuestro Planeta Tierra, su percepción cambiaría dependiendo del lugar de
aterrizaje. No sería lo mismo hacerlo en un poblado rural del África
subsahariana, donde todavía apenas llega el agua corriente o la luz, o en la
azotea de uno de los rascacielos más modernos de Nueva York, Shanghái o Dubái.
Y es que, en efecto, aunque hablamos con frecuencia de globalización, del
estado del bienestar, de progreso, de civilización, al hacerlo, sin darnos
cuenta, lo hacemos con referencia al estado social promedio que nuestro cerebro
ha construido casi inadvertidamente, más con imágenes, percepciones sensoriales
y estereotipos, por costumbre, que con datos cuantitativos contrastados y
reflexiones críticas. De ahí que leer, pensar, estudiar, conversar, debatir,
escribir, sea útil, con el objeto de aportar al cerebro todos esos detalles,
con frecuencia contradictorios, que necesita para refinar su limitada
percepción de la realidad y desarrollar la imprescindible capacidad de
pensamiento crítico.
Vivimos en un mundo heterogéneo que nos vemos obligados a
simplificar en exceso para poder visualizarlo en muchas ocasiones, como por
ejemplo en el improbable contexto del encuentro del visitante venido de otro
mundo. Pero, ¿cómo es el mundo en el
que aterriza?, ¿con qué tipo de seres humanos se encuentra?, ¿cómo es la
naturaleza en el entorno que pisa?
Es muy posible que al imaginar ese tipo de escena no solo
estemos condicionados por nuestra propia percepción del entorno y de nuestra
sociedad sino también por nuestras lecturas, históricas y fantásticas o, más
posiblemente, por las imágenes que memorizamos de vivencias anteriores y
también, cómo no, del cine. Sin ir más lejos, el famoso poema de Bernardo
Atxaga “37 Mugaz bestalde dudan lagun
bakarrari” (“37 Preguntas a mi único contacto al otro lado de la frontera”)
recoge algunas de las paradójicas preguntas que podrían plantearse en ese
encuentro, llenas de significado en sí mismas, sin respuesta: “Mugaz bestaldean… ¿Arrain abisalek ba ahal
dute aurresentipenik eguzkiaz…?” (Al otro lado de la frontera… ¿Los peces
abisales tienen presentimientos acerca del sol?) En otro conocido ejemplo, la
película “ET” (Steven Spielberg, 1982) hubiese transcurrido de otra manera si,
al inicio del guión, el extraterrestre llegado a nuestro planeta no se hubiese
encontrado con un niño sensible, cariñoso, curioso y educado, sino con algún
energúmeno que lo hubiese cazado para mostrarlo, inerte, como trofeo, en las
redes sociales, ahora que ya no se pierde el tiempo en disecar las presas para
exhibirlas en el majestuoso salón de casa.
La realidad que nos rodea no es única, en la medida que
nuestra percepción de la misma depende de nuestra experiencia, de nuestro
espíritu crítico y capacidad de análisis, y todo ello está íntimamente ligado a
la educación recibida. Sea cual fuese el punto de llegada y origen de nuestro
amigo del otro mundo, con independencia del clima imperante, del ruido, la
contaminación y la compañía que le hubiese correspondido en su azaroso arribo,
con certeza emprendería un proceso de análisis inverso, para intentar entender
no solo el estado real de nuestra civilización sino el cómo hemos llegado hasta
aquí, cuáles son sus fundamentos, su estructura, las reglas con las que nuestra
gran tela de araña ha sido concebida en un laborioso proceso.
Poco a poco lanzaría un proceso de deconstrucción, con el
objeto de entender todas las piezas del mecano que constituyen nuestra
civilización actual y sus engranajes, nuestra organización social, la
tecnología utilizada… De ese modo iría descubriendo la arquitectura de nuestras
ciudades, y nuestras infraestructuras y, en un análisis regresivo, iría viendo
cómo eran un siglo atrás, en blanco y negro, menudas, aún sin apenas vehículos
de motor, y mucho antes ciudades romanas o egipcias, y antes aún meros poblados
de cabañas habitados por aquellos primeros homínidos que consiguieron salir de
la caverna. Del análisis del mundo tecnológico que nos rodea, pronto
descubriría que éste está basado en la informática y la robótica, nobles
herederos de la Revolución Industrial y de las Matemáticas.
Cualquiera de esos caminos inversos recorridos le haría
ir descubriendo el frondoso Árbol de la Ciencia, la Física, la Biología, la
Química, las Matemáticas, hasta remontarse a aquéllos tiempos antiguos en los
que todo el conocimiento se fundía en una única raíz plantada en el fértil
tiesto de la insaciable necesidad humana de entender, de la sed del
conocimiento, cuando se emprendió la
gran aventura del pensamiento, basado en la creación de modelos cada vez menos
contradictorios e imperfectos. Entendej,st﷽﷽﷽﷽﷽﷽ciedadj,st﷽﷽﷽﷽﷽﷽ciedadría
también que nuestra sociedad reposa en gran medida en las Ciencias Sociales y
las Humanidades, sobre las que hemos construido nuestro sistema económico,
político y de justicia. Verserss ﷽﷽﷽﷽c
edadía también que la moral, la ética, la política, el derecho y la
religión se cruzan, intentando no solo dar estructura a nuestra sociedad,
estableciendo límites, reglas y derechos, si no también intentando explicar
racionalmente lo imposible: la propia existencia del universo y nuestro papel
en él. Y en ese proceso de observación analítica identificaría la gran
disciplina de la Filosofía, del latín philosophĭa, y este del griego
antiguo φιλοσοφία, «amor por la sabiduría», como estudio de cuestiones
fundamentales como la existencia, el conocimiento, la verdad, la moral, la belleza,
la mente y el lenguaje. Ese proceso inverso de deconstrucción, de autopsia de
nuestra sociedad, le harserss ﷽﷽﷽﷽c
edadía ver también que, desde un perspectiva histórica, se arrancó de la
nada para, poco a poco, a lo largo de los milenios, de siglos, llegar hasta
donde estamos hoy, errando siempre, pero cada vez errando menos, mejor.
Observaría también una sospechosa aceleración en nuestra capacidad de
progresar, que corre el riesgo de llevarse por delante la sostenibilidad de
nuestra especie sobre un Planeta cada vez más castigado. Constataría,
necesariamente, que el nivel de progreso no es en absoluto homogéneo, no solo
en términos de riqueza, tecnología, salud o, lo que coloquialmente denominamos
“calidad de vida”, sino también de organización social, de derechos, de
libertades. No le resultaría difícil establecer conexiones entre el nivel de
progreso más visible y el desarrollo intelectual de cada cultura, de cada país
o región. Y pronto daría con una de las claves de lo que caracteriza y
distingue a nuestra sociedad y que ordena a los países y las regiones en el
ranking de las civilizaciones: su sistema educativo.
Llegados a este punto constataría que aquí estamos en una
situación razonablemente buena pero alejada aún de los países líderes, de los
que guían el destino del mundo y brillan más, ya sea en el ámbito de las nuevas
tecnologías o en los Juegos Olímpicos. Comprobaría asimismo que en este ámbito
de la educación las opiniones son muy diversas, que los consensos son casi
imposibles, aunque se reconozca públicamente su necesidad, que coexisten
subsistemas diversos incluso en sistemas de los que se podría esperar más
cohesión, armonía y homogeneidad. Es lo que nos ocurre aquí, en Europa. De
hecho le sorprender1﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽explicar
lo imposible.ía que en las escuelas y en nuestro sistema educativo
aún se debata sobre el papel que han de jugar materias tales como Religión, Ética
o Filosofía, y que todas ellas sean mezcladas y relegadas a un cajón de
asignaturas optativas, minoradas en el que el estudiante y/o sus padres han de
elegir. Este hecho le resultaría especialmente paradójico pues, en este proceso
de cuidadosa deconstrucción social, habría emergido de manera diáfana de entre
los pilares de nuestra civilización, la disciplina de la Filosofía, la síntesis
de los nobles esfuerzos polifacéticos humanos por dar un sentido al rol del ser
humano en el universo, y estructurar su conveniencia en el planeta, su fin, su
destino. Cada materia puede ser contada de muchas maneras, en un orden
cronológico o retrospectivo. Eso es sin duda debatible. Pero su necesidad no
debería serlo.
Una de las grandes dificultades con la que nos encontramos
los profesores es el vernos con frecuencia limitados por unos planes de estudio
que nos empujan a presentar los contenidos desde el hoy hacia el ayer, a través
del retrovisor, desnaturalizando así nuestras ciencias y su proceso de
maduración, haciéndolas por tanto menos comprensibles y asimilables, al carecer
de una motivación visible, palpable. Y es cada vez más unánimemente asumido que
la perspectiva histórica es indispensable para estimular el interés del alumno
y acentuar su capacidad de comprensión y análisis. Y un esfuerzo global por
educar en lo que hoy sabemos necesariamente exige pasar por la Filosofía, lugar
de encuentro tradicional de todas las ramas del conocimiento. Se puede debatir
sobre cuáles han de ser los contenidos, el orden en que han de ser presentados,
pero resulta paradójico que hoy tengamos que defender la necesidad de que en la
escuela haya que reservar un espacio al pensamiento transversal y unificador
que la Filosofía ha supuesto en nuestro desarrollo y devenir, su papel en la
formación del espíritu crítico del ciudadano del mañana.
Como matemático he de recordar que la Filosofía y las
Matemáticas, disciplinas hermanas, se encuentran en la lógica, la teoría del
conocimiento y, en general, la abstracción. Más allá de las tradicionales
disciplinas de contenido (ciencias físicas, ciencias de la vida, ciencias
sociales) hay un conjunto de herramientas transversales que están presentes en
cualquiera de esos dominios y en los que es imprescindible ser educado: las
matemáticas, la informática, la filosofía y la estadística.
La formación y desarrollo del conocimiento requiere: a)
acumular datos, b) estructurar información, c) construir el conocimiento, d)
entender la realidad, e) alcanzar la sabiduría y madurez, y finalmente, f) transformar
el mundo.
Y nuestro sistema educativo debería de estar orientado a
ofrecer la mejor plataforma de lanzamiento en ese ambicioso plan que es, para
cada uno de nosotros, un plan de vida. Así como las Matemáticas, la Informática
y la Estadística son imprescindibles hoy en día, y así se reconoce en nuestro
sistema educativo para entrenarnos y educarnos en el pensamiento deductivo, el
procesamiento de la información, el pensamiento crítico y la inferencia basada
en la probabilidad, la Filosofía ha pasado a ser la hermana pobre de la
familia. Hoy, rodeados de móviles y cacharrería, el pensamiento crítico apenas
tiene sitio pero es más necesario que nunca. El conocimiento no puede
alcanzarse sin la sed por la sabiduría y, en ese camino que todos hemos de
emprender, resulta indispensable ganar perspectiva, conocer los que ya fueron
explorados, para elegir el más adecuado. Al final y al cabo el destino del
humano es hacerse las preguntas adecuadas (Filosofía), planteando los problemas
adecuados (Matemáticas). En la Antigua Grecia todas las ramas del saber
se confundían. Y, hoy que la sabiduría está compartimentada, con frecuencia de
manera artificiosa, es más necesario que nunca disponer de materias como la
Filosof cos﷽﷽﷽﷽﷽﷽ugua Grecia, o noico oía,
que ofrezcan una atalaya holística para contemplar todo lo que hemos
construido, única manera de orientar adecuadamente los pasos futuros.
Es importante saber que podemos sobre-simplificar nuestro
modelo del universo tanto como deseemos, poniendo como único referente el ser
humano, o tal vez Dios o la Naturaleza, pero que una visión transformadora y
actual pasa por la integración de todos esos sub-modelos en uno más global. Y
ese esfuerzo de fusión necesita de un taller, de un laboratorio específico que
la Filosofía puede y debe representar.
Ser profesor de Filosofía es apasionante y a la vez
sumamente difícil. Integrar todos los grandes hitos de la historia del pensamiento,
desenmarañar el gran ovillo del conocimiento, es sin duda una tarea casi
imposible. Pero no por eso deberíamos abandonar y renunciar a desempeñarla.
Hoy, más que nunca, necesitamos de la Filosofía, ya sea contada en un orden
cronológico, histórico, o en un sentido temporal inverso.
Hoy sabemos también que es imposible desvincular la
Filosofía de la Ciencia, ambas en mayúsculas, en todas sus acepciones y
versiones. Nos vemos abocados pues a retornar a las antiguas fuentes, a los
orígenes, en que los grandes sabios no conocían fronteras entre las disciplinas
del saber. Pero, en este afán, nos vemos condicionados por la falta de
consenso, corriendo así el riesgo de que la beligerancia normativa de las
distintas administraciones acabe arrinconando las materias que nos humanizan en
el sentido más integrador del concepto.
No deja de ser paradójico que hoy que los más grandes
sabios y científicos insisten cada vez más en la necesidad de unificar
disciplinas para dar una coherencia global al conocimiento, el día a día nos
arrastre en el sentido contrario. Volvamos, pues, a las fuentes para
reconstruir nuestra historia y mirar al futuro con perspectiva y clarividencia.
Hay un verso de Joxean Artze en euskera que sintetiza a la perfección esa permanente necesidad: “Iturri zaharretik edaten dut, ur berria edaten, beti berri den ura, betiko iturri zaharretik” (Bebo de la vieja fuente, agua nueva, agua que siempre es nueva, de la vieja fuente de siempre).