Los dinosaurios aparecieron hace unos 230 millones de años, durante el periodo Triásico, y dominaron la tierra, el aire y los mares de nuestro planeta durante más de 150 millones de años. Durante este periodo evolucionaron algunas de las criaturas más impresionantes de la naturaleza: dinosaurios carnívoros de 6 metros de altura, dinosaurios herbívoros de 26 metros de longitud y pterosaurios con la envergadura de 12 metros.
Sin embargo, hace 65 millones de años se extinguió el
último dinosaurio no aviario. Igual que los gigantescos mosasaurios y
plesiosaurios que en su día dominaron los mares, y los pterosaurios en los
cielos. Pero no solo los dinosaurios, también el plancton, la base de la cadena
alimenticia del océano, se vio muy afectado. Además, muchas familias de
braquiópodos y esponjas de mar desaparecieron, igual que los restantes
ammonites de concha dura. También se redujo la gran diversidad de tiburones y
se marchitó la mayor parte de la vegetación. En resumen, se eliminó más de la
mitad de las especies mundiales.
¿Qué causó esta masiva extinción que marca el final del
Cretácico y el comienzo del Paleógeno?
Los científicos han coincidido en dos hipótesis para
explicar la extinción del Cretácico: un impacto extraterrestre, por ejemplo un
asteroide o un cometa, o un período de gran actividad volcánica. Cualquiera de
los dos escenarios habría ahogado los cielos con restos que privaron a la
Tierra de la energía del sol, impidiendo la fotosíntesis y extendiendo la
destrucción arriba y abajo de la cadena alimenticia. Una vez que se asentó el
polvo, los gases de efecto invernadero bloqueados en la atmósfera habrían
provocado que se disparara la temperatura, un repentino cambio climático acabó con
mucha de la vida que logró sobrevivir a la prolongada oscuridad.
La teoría
del impacto extraterrestre se basa en el descubrimiento de un
estrato o capa de arcilla de color oscuro en los sedimentos que datan de la
época de la extinción. Este estrato tiene, entre otras características, un alto
nivel de Iridio, elemento químico raro en la corteza terrestre que, sin
embargo, se encuentra en los meteoritos con la misma concentración que en este
estrato. Puesto que este estrato se encuentra en todo el planeta, en la tierra
y en los océanos, esto condujo a los científicos a afirmar que el Iridio se
esparció por el planeta cuando un cometa, o un asteroide, cayó en algún lugar
de la Tierra y a continuación se evaporó. Este estrato también presentaba abundancia de hollín, el cual debió
producirse por el gran incendio que siguió a la caída del meteorito.
Los defensores de la teoría de la gran actividad
volcánica nos indican que el núcleo de la Tierra también es rico en Iridio, y
el núcleo es el origen del magma que vomitó la Tierra en la Meseta del Decán
(India), una de las mayores formaciones volcánicas de la Tierra, donde se apiló
material volcánico sobre más de 1.500.000 kilómetros cuadrados de superficie y
2000 metros de espesor. Este período de actividad volcánica también se ha
calculado que ocurrió entre 60 y 68 millones de años, al final del Cretácico, y
habría extendido el Iridio por todo el planeta, junto con el polvo que ocultaba
la luz solar y los gases de efecto invernadero.
Sin embargo, la teoría del impacto extraterrestre se vio
reforzada por otra característica de este estrato, que es la gran acumulación
de esférulas de vidrio, que se producen cuando se solidifica rápidamente roca vaporizada, y de un tipo especial de
cristales de cuarzo llamado “cuarzo de impacto” que solo se encuentra en las
proximidades de los cráteres producidos por la caída de objetos del espacio.
Pero si era cierto que hace 65
millones de años un meteorito de gran tamaño, capaz de ser el responsable de la
extinción masiva descrita, había caído en la Tierra, era necesario localizar el
lugar del impacto.
Puesto que no se conocía en la
superficie continental ningún cráter que se adaptara a las características de
este meteorito, se partió de la posibilidad de que el impacto hubiera ocurrido
en el océano. Partiendo de esta hipótesis, los científicos buscaron las huellas
que hubiera dejado un tsunami posterior al impacto. Estas huellas, denominadas
tsunamitas, son unos depósitos caracterizados por una sedimentación caótica y
se encontraron en Texas (Estados Unidos), México y en diversas localidades del
Caribe. Finalmente, en el año 1991 se descubrió el cráter de impacto en
Chicxulub, en la península de Yucatán (México).
El cráter de Chicxulub, cuya
antigüedad se ha fijado en 65 millones de años, mide más de 180 kilómetros de
diámetro y forma una de las zonas de impacto más grandes del mundo. Se estima
que el “bólido” que lo formó medía al menos 10 kilómetros de diámetro. Este
cráter se encuentra bajo más de un kilómetro de sedimentos carbonatados, lo que
ha desfigurado su aspecto topográfico y ha hecho difícil su localización, pero
los estudios en profundidad realizados permitieron descubrir el contorno del
cráter.
Se estima que el impacto del “bólido” fue dos millones de
veces más potente que el dispositivo explosivo más potente creado por el
hombre, jamás detonado, con una potencia de 50 megatones. Incluso la mayor
erupción volcánica explosiva que se conoce en la historia reciente, la que creó
la Caldera de la Garita en Colorado (Estados Unidos) hace entre 40 y 25
millones de años, fue significativamente menos potente que el impacto de
Chicxulub.
El impacto habría causado algunos de los megatsunamis más
grandes de la historia de la Tierra. Una nube de polvo, cenizas y vapor habrían
extendido el diámetro y área del cráter, cuando el meteorito se hundía en la
corteza terrestre en menos de un segundo. El material excavado, junto con
trozos del asteroide, habrían sido eyectados a la atmósfera por la
explosión, se habrían calentado hasta convertirse en cuerpos incandescentes y
habrían reentrado a la propia atmósfera terrestre, quemándola y posiblemente
provocando incendios globales. Mientras tanto, enormes ondas de
choque habrían causado terremotos y erupciones volcánicas globales.
La emisión de polvo y partículas podrían haber cubierto la superficie entera de
la Tierra durante varios años, posiblemente una década, creando un medio de
vida difícil para los seres vivos. La producción de dióxido de
carbono provocada por el choque y por la destrucción de rocas carbonatadas
habría causado un dramático efecto invernadero. Otra consecuencia del
impacto es que las partículas de polvo de la atmósfera habrían impedido que la
luz solar llegara a la superficie de la Tierra, disminuyendo la
temperatura drásticamente. La fotosíntesis de las plantas habría
quedado interrumpida, afectando a la totalidad de la red trófica.
El descubrimiento de otros cráteres, como el cráter de
Shiva en el Océano Indico, el cráter Silverpit en el Mar del Norte frente a las
costas del Reino Unido y el cráter Boltysh en Ucrania, probablemente causados
por grandes objetos extraterrestres que impactaron contra la Tierra, condujo a
la teoría del impacto múltiple por la cual Chicxulub solo fue uno de varios
impactos que habrían ocurrido aproximadamente al mismo tiempo. La colisión del
cometa Shoemaker-Levy 9 con Júpiter en 1994, en la cual el asteroide se
fragmentó en varias partes antes de la colisión, demostró que las interacciones
gravitacionales pueden afectar a un cometa creando la posibilidad de múltiples
impactos en un período de días. Algo similar pudo ocurrir en la Tierra hace 65
millones de años.
En cualquier caso, ya sea por el impacto de uno o de
varios meteoritos, la teoría del impacto extraterrestre goza actualmente de una
aceptación amplia, aunque algunos científicos todavía la critican por
considerar que de ser cierto un impacto de estas características, ¿por qué
sobrevivieron mamíferos, tortugas, cocodrilos, salamandras y ranas? Las aves
también se libraron, al igual que las serpientes, bivalvos y los erizos y
estrellas de mar. Incluso a las plantas resistentes capaces de soportar climas
extremos les fue bien.
Ambas teorías, la del impacto extraterrestre y la del
vulcanismo masivo, son meritorias. Sin embargo, en Marzo de 2010, expertos de
Europa, Estados Unidos, México, Canadá y Japón confirmaron que la extinción
masiva fue originada por el impacto de un meteorito, quedando desvirtuadas
otras hipótesis como la del vulcanismo masivo.
Independientemente de lo que provocó la extinción, ésta
marcó el fin del reino de terror de los grandes carnívoros bípedos del
Triásico, como el Tyrannosaurio
rex, y permitió que los mamíferos se diversificaran rápidamente y
evolucionaran a nichos recién abiertos.
Pero, ¿realmente han desaparecido todos los dinosaurios?
La respuesta es no. Al principio hemos hablado de la extinción de los
“dinosaurios no aviarios”, porque los científicos consideran que las aves
actuales son los supervivientes de un grupo de dinosaurios terópodos que
surgieron durante la era Mesozoica y que lograron superar la catástrofe y
evolucionar. Recordemos que también eran dinosaurios terópodos los grandes
carnívoros bípedos del Triásico, aunque estos tuvieron peor fortuna.
Las aves comparten muchas características únicas,
esqueléticas y de comportamiento, con los dinosaurios. Por otra parte, muchos
fósiles de dinosaurios se han recogido con plumas preservadas, e incluso
algunos tienen largas plumas en brazos y patas formando alas.
Por tanto podemos concluir que las aves de hoy en día son
los seres más parecidos a los dinosaurios que habitaron la Tierra en el pasado.
Solo necesitamos levantar la vista y mirar al cielo para ver los dinosaurios de
hoy.
Pedro Pereda
Gómez
Licenciado en Biología
Director de Hemasoft
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