¿Cuál es
la unidad de tiempo más pequeña posible?
(Por
José Edelstein)
Capítulo 33 de CIENCIA, y además lo entiendo!!!
Todas
las culturas humanas desarrollaron sistemas para medir el paso del tiempo, ese
flujo que experimentamos en la sucesión de eventos, que los conecta causalmente
y que, según parece, no tiene vuelta atrás. Cualquier acontecimiento periódico,
que se repitiera con un ritmo aproximadamente constante, podía servir para
ello: las estaciones dieron origen al año, las fases de la Luna a los meses y
el ciclo diurno al día. La división de éste en horas tuvo su origen en los
relojes solares y la partición de éstas en minutos y, luego, segundos
presumiblemente resultó de la confección de relojes de arena y de la cadencia
acompasada del corazón humano.
Dado que un segundo es un espacio de
tiempo demasiado breve para los seres humanos, su división ulterior abandonó el
uso de definiciones relativamente caprichosas y siguió, sin más, el desapasionado
imperio del sistema decimal. Esto nos coloca ante una disyuntiva: del mismo
modo en que no hay un límite a lo diminuto que puede ser un número, ¿existen
intervalos de tiempo arbitrariamente pequeños? Si fraccionamos un segundo
dividiéndolo a la mitad, una y otra vez, ¿podremos hacerlo indefinidamente o
llegaremos a una unidad mínima e indivisible? Esta pregunta está
indisolublemente ligada a otra: ¿existe una distancia mínima entre dos puntos
cualesquiera del espacio? La conexión entre ambas cuestiones está dada por la
universalidad de la velocidad de la luz en el vacío: si hubiera dos puntos del
espacio arbitrariamente cercanos, lo mismo ocurriría con el tiempo ya que la
pregunta '¿cuánto tarda la luz en ir de uno al otro?' debería tener una
respuesta.
Una pregunta similar se hicieron
Demócrito y Leucipo de Mileto en relación a la materia y concluyeron que debía
existir una unidad mínima de ésta a la que llamaron átomo. Si estos no
existieran podríamos dividir la materia infinitamente y una cucharilla de
aceite vertida al mar podría expandirse indefinidamente ya que no habría un
límite inferior al espesor de la delgadísima película que, de ese modo,
envolvería los océanos. El átomo, en cualquier caso, resultó divisible en
constituyentes aún más pequeños, los electrones y el núcleo, y dentro de éste
los protones y neutrones. Estos son tan pequeños que la luz demora
aproximadamente un yoctosegundo —la cuatrillonésima parte del segundo— en
atravesarlos. El mismo tiempo que demora un quark
top en desvanecerse. Lapsos de tiempo como estos, cuya existencia apenas
podemos inferir, son mucho menores que aquellos que se han podido medir
directamente, de manera controlada, en un laboratorio y que andan en torno al
millón de yoctosegundos.
La jurisprudencia aplicable a
preguntas que tengan que ver con las pequeñas escalas es la de la Mecánica
Cuántica. Y ésta nos dice que cuanto mayor es la energía que se confiere a un
sistema microscópico, más pequeño es el detalle con el que se lo observa; de
allí el uso de aceleradores de partículas. En el Gran Colisionador de Hadrones
(LHC) se ha alcanzado una resolución tan fina para la estructura de la materia,
que la luz recorrería ese diminuto píxel en una cienmilésima de yoctosegundo.
Ninguna máquina fabricada por seres humanos ha inyectado la energía suficiente
en un sistema microscópico que permita ir más allá de estas escalas. Pero
existen sistemas naturales que, por un mecanismo aún no del todo comprendido,
son capaces de acelerar partículas hasta energías millones de veces mayores.
Estas partículas recorren enormes distancias en el Universo y eventualmente
entran en la atmósfera terrestre: son los llamados rayos cósmicos. El más
energético registrado hasta la escritura de estas líneas surcó el espacio
experimentando un pixelado que la luz recorrería en unas cienmilmillonésimas de
yoctosegundo. Un intervalo de tiempo que nos resulta inimaginable, absurdamente
pequeño, y que nos devuelve a la pregunta formulada más arriba, ¿podremos
dividir al segundo indefinidamente?
De la legislación del mundo
microscópico se desprende el principio de incertidumbre que formuló Werner
Heisenberg en 1927. Éste nos dice, entre otras cosas, que mientras mayor
resulte la certeza respecto del instante en el que un fenómeno acontece, más
grande será la indeterminación de su energía. Y lo más sorprendente es que la
Naturaleza saca provecho de ello, permitiendo cierta efervescencia microscópica
del vacío que resulta de la continua creación y destrucción de partículas:
mientras estos procesos tengan lugar en intervalos de tiempo inferiores a la
cienmilmillonésima de yoctosegundo, el principio de conservación de la energía
resultará escrupulosamente respetado. Por otra parte, dada la icónica fórmula
de Einstein, E = mc2, cuanto más pequeño sea el intervalo temporal
observado mayor será la masa de las partículas que se puedan crear
espontáneamente en el chispeante vacío.
La posibilidad de determinar un
intervalo de tiempo arbitrariamente pequeño, entonces, va inexorablemente de la
mano de la disponibilidad ilimitada de energía del vacío. La Teoría de la
Relatividad General, por otra parte, nos dice que la acumulación de energía en
una región pequeña del espacio da lugar a un agujero negro. Así, si el tiempo
pudiera fraccionarse indefinidamente, ¡el Universo estaría infestado de
agujeros negros microscópicos! Si la jurisprudencia de la Mecánica Cuántica
alcanza a las escalas más diminutas, entonces no puede existir un intervalo de
tiempo arbitrariamente pequeño. Una conclusión que choca con la sensación de continuidad
en el devenir temporal que experimentamos los seres vivos, enfrentándonos una
vez más a la física de la perplejidad que gobierna al universo microscópico.
Nada sorprendente si recordamos que nuestros sentidos han sido moldeados por la
evolución para desenvolverse en las escalas de tiempo, espacio y materia en las
que habitan nuestros cuerpos, alimentos y depredadores.
¿A qué diminuta escala del tiempo es
de esperar que la noción de flujo continuo deje de ser una buena aproximación
de la realidad? Una pista nos la brindan las constantes fundamentales de la
Naturaleza. Estas son cantidades que forman parte de sus leyes y que resultan
las mismas en cualquier rincón del Universo observable: la velocidad de la luz,
la constante de Newton y la constante de Planck. Cada una de ellas representa
la marca de identidad de, respectivamente, la relatividad, la gravedad y la
física cuántica. Existe una única combinación aritmética de ellas que da lugar
a una escala temporal. No hay otra forma de generar con ellas algo que pueda
medirse en segundos. Se la conoce como el
tiempo de Planck y su propia constitución deja claro que al llegar a esta
escala crujirán los cimientos del edificio que sostiene nuestra noción de
continuidad temporal.
Si recordamos el valor del instante de
tiempo más pequeño que hemos podido medir directamente y de manera controlada
en un laboratorio, caben en él tantos tiempos de Planck como horas en la edad
del Universo. El tiempo de Planck es extremadamente diminuto, la
cientrillonésima parte de un yoctosegundo. Así como en el universo microscópico
tenemos dificultades para discernir si los constituyentes de la materia son
ondas o partículas, del mismo modo en que su naturaleza corpórea se vuelve
elusiva, sabemos que al llegar a la escala de Planck el tiempo, tal como lo
entendemos, dejará de existir. Si recortáramos un segundo una y otra vez como
si fuera un largo hilo, nos encontraremos que al acercarnos a la escala de
Planck la hebra comenzará a desdibujarse, a convertirse en algo completamente
irreconocible. ¿Un enjambre de cuerdas microscópicas que vibran? ¿Una enorme
colección de bits que de lejos generan la ilusión de un tiempo continuo que
fluye? ¿Un píxel de tiempo, como el grano de arena de un reloj? Tal como los
átomos y las moléculas son la expresión mínima de la materia, no hay intervalo
más fugaz que el tiempo de Planck.
José
Edelstein
Doctor en Física
Dpto. Física de Partículas,
Universidad de Santiago de Compostela
Lindo artículo, saludos!.
ResponderEliminarbuena pregunta que se hace, el tiempo, que es lo que hay dentro del átono y una más cómo se forma otra más porque se forma saludos
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