¿Se
llegará a obtener energía gracias a la Fusión Termonuclear controlada? ¿Es una
cuestión tecnológica, económica o política?
(Por
Julio Gutiérrez Muñoz)
Capítulo 56 de CIENCIA, y además lo entiendo!!!
(Noviembre 2016)
Antes
de comenzar a analizar estas preguntas, conviene dar unas pinceladas sobre qué
es la Fusión Termonuclear y su nomenclatura habitual.
Las altas temperaturas necesarias para
vencer la repulsión eléctrica de los núcleos a fusionar para obtener energía
–millones de grados Celsius– hacen que los “combustibles” (normalmente Deuterio
y Tritio) estén ionizados. Es decir, los átomos habrán perdido sus electrones y
se encuentran en un estado denominado plasma, cuyas propiedades y
comportamiento se conocen muy mal. Además, esas mismas temperaturas
imposibilitan el confinamiento del plasma en recipientes, los cuales se
volatilizarían al contacto con el gas ionizado. Actualmente, existen dos
posibilidades, con ventaja sobre las demás barajadas hasta el momento, de
controlar el proceso:
1) la fusión por confinamiento magnético, consistente en utilizar fuertes
campos magnéticos para mantener el plasma en el interior de un recipiente, pero
alejado de sus paredes
2) la fusión por confinamiento inercial, también llamada fusión por láser, consistente en
comprimir en el vacío la mezcla de núcleos a fusionar hasta densidades
extremas, mediante el bombardeo de haces de luz procedentes de un láser de gran
energía.
Ambos tipos de dispositivos, en su
evolución desde los comienzos de la fusión nuclear, han adquirido tamaños
descomunales como acreditan las figuras 1 y 2, y ese es el primer problema
–quizás el más grave que– aleja de la realidad práctica la obtención de la
energía prometida.
Ante la complejidad de la fusión, sea
cual sea el tipo de confinamiento, ¿qué cabe decir? En consecuencia, los
avances tecnológicos tienen, y seguramente tendrán por incontables años, mucho
de acierto/error. Algunos de los problemas que presentan los diseños actuales
tienen su origen, fundamentalmente, en la ingeniería y, en comparación con las
dificultades conceptuales de la física subyacente, son extremadamente graves y
difíciles de resolver.
Existe un problema adicional no menor.
En el proceso se producen neutrones de alta energía imposibles de frenar antes
de que atraviesen las paredes del dispositivo. Ello convierte en radiactivas
las estructuras, por lo que se hace necesario encontrar materiales de baja
activación frente al intenso bombardeo neutrónico, amén de otras partículas que
escapan del confinamiento.
Figura 1: Esquemas a escala que ilustran la evolución de los tamaños de los dispositivos de confinamiento magnético, los llamados “TOKAMAK” –acrónimo del ruso тороидальная камера с магнитными катушками (toroidal'naya kamera s magnitnymi katushkami, en español cámara toroidal con bobinas magnéticas)– El ITER se encuentra en estado de construcción y el DEMO, en etapa de proyecto, se supone será el primer reactor comercial.
Este bombardeo no solo induce
radiactividad, sino que cambia las propiedades físico-químicas por las que
fueron elegidos tales materiales (resistencia a las altas temperaturas,
resistencia a las grandes tensiones mecánicas, etc.). En el confinamiento magnético,
debido a los intensísimos campos, las estructuras estarán sometidas a enormes
tensiones mecánicas y aceptarán mal las pérdidas de sus propiedades, eso por no
hablar de la posible volatilización de parte de la cámara de confinamiento cada
vez que se produce una disrupción, fenómeno que, a causa de inestabilidades,
desvía toda la columna de plasma haciéndola impactar contra las paredes
(cortocircuito), ¡y ello a temperaturas del orden de millones de grados
Celsius! Por otra parte, las bobinas superconductoras, necesarias para
conseguir elevados campos magnéticos, jamás se han empleado bajo el intenso
flujo de neutrones que supondrá el funcionamiento del ITER (el prototipo casi
comercial en fase de proyecto) y puede haber sorpresas nada agradables al respecto.
Aunque los materiales irradiados
procedentes de la fusión son menos radiactivos que los correspondientes a un
reactor de fisión y podrán ser manipulados sin peligro en cuestión de un par de
decenas de años, los defensores de la fisión atacaron fuerte y uno de sus
argumentos consistía en decir que la fusión era igual de sucia y por el
contrario mucho más cara. Hace unos 35 años, Lawrence Lidsky, profesor de
Ingeniería Nuclear del MIT (Massachusetts
Institute of Technology), publicó un artículo
atacando la fusión, en la revista de esa institución “Technology Review”, del cual se hizo eco el Washington Post y terminó por dar la vuelta al mundo. Los titulares
de los periódicos eran de este tenor: “La fusión no es posible”; “Se cree
que la fusión termonuclear ha llegado a su fin”; “Se considera la fusión
sencilla pero inútil”; “Un veterano de la fusión declara que los problemas a
los que se enfrentan son irresolubles”... Los entusiastas de la fusión
tampoco acertaban con los argumentos para rebatir el ataque.
Los razonamientos técnicos de Lidsky
eran los siguientes:
a) los costes de construcción de un
reactor de fusión serán siempre mayores que los correspondientes a un reactor
de fisión de la misma potencia
b) los problemas de ingeniería serán
mayores, empezando por la necesidad de evitar el bombardeo neutrónico de los
materiales estructurales que deben soportar tensiones mecánicas hasta ahora
inimaginables
c) aunque no sean muy graves, los
accidentes provocarán en un reactor de fusión paros que harán no rentable
económicamente una central de este tipo
d) los reactores de fusión serán
enormes, complicados, caros y poco fiables
e) el uso de un reactor de fusión
estará limitado a formar tándem con uno de fisión en el mejor de los
escenarios.
En cualquier caso, la reacción
política no se hizo esperar y Lidsky fue destituido de su cargo de director
adjunto del Centro de Fusión del MIT. El encargado de rebatir sus
manifestaciones fue Harold Furth, de Princeton, quien utilizó la batería de
siempre. La justificación “estrella” consistió en decir: “Si los hermanos
Wright no hubieran construido un primer aparato volador torpón, nunca se
hubiera desarrollado la tecnología aeronáutica actual”, en una clara
defensa de la forma de investigar en modo acierto/error. Evidente, pero también
debemos reconocer que el método lo emplearon con prototipos pequeñitos. ¿Se
imagina el lector a los hermanos Wright intentando hacer volar un primer modelo
de la talla de un Jumbo?
De todo lo anterior se desprende que
la mayor desventaja de la fusión controlada, frente a otras fuentes de energía
quizás menos prometedoras pero sí más fáciles de manejar, incluida la fisión,
reside en el factor económico. ¿Qué compañía arriesgará su capital en construir
una planta de fusión que, en el mejor de los casos, funcionará a trompicones y
producirá energía a un coste superior al de cualquier otro sistema? Primero se
necesita un esfuerzo suplementario para simplificar la complejidad tecnológica
de las máquinas actuales y minimizar su coste. Hoy día un reactor de fusión
requiere el concurso de muchos países y, si fuera un sistema prometedor, más de
una compañía eléctrica ya habría entrado en tales consorcios; no olvidemos que
se postula como la energía más limpia, barata e inagotable de la historia presente
y futura de la Humanidad.
Por otra parte, muchas organizaciones
ecologistas ya han levantado la voz sobre la falacia de la inagotabilidad del
combustible. Si la fusión del combustible mezcla Deuterio-Tritio ha sido
inviable hasta hoy, más difícil será conseguir la fusión mediante la mezcla
Deuterio-Deuterio. Como el Tritio es radiactivo y de corta vida media, no se
encuentra en abundancia suficiente en la Naturaleza y hay que obtenerlo por
bombardeo neutrónico del Litio6, por consiguiente, es el Litio el elemento que
debe proveer de combustible a una planta termonuclear y su abundancia, aunque
es 15 veces mayor que la del Uranio, no es ilimitada, sobre todo la del isótopo
Litio6, el cual representa solo un 7 % del Litio natural. A ello se añade
el problema del uso del radiactivo Tritio, susceptible de pasar al ciclo
biológico del agua, y de los materiales, también radiactivos, que saldrán de
las estructuras desechadas.
La fusión, por lo tanto, podría ser
una gran mentira, como algunos la califican.
Supongamos que estamos en 2050 y los
prototipos como el ITER han demostrado que la fusión es viable a un coste de,
pongamos por caso, 8000 millones de euros por planta energética. Además, la
Física del Plasma no ha proporcionado ninguna sorpresa nueva con relación a las
inestabilidades, disrupciones, etc., y los reactores se han mostrado estables.
El problema seguiría siendo el mismo que el actual en relación a las plantas de
fisión. Una central de este estilo siempre será un generador de base, es decir,
debe proporcionar energía eléctrica a la red a un ritmo constante y sin
interrupciones imprevistas, pues su coste inicial hace que solamente sea
rentable si está siempre operativa. Por otra parte, es muy probable que siempre
se necesiten enormes cantidades de energía para reiniciar la ignición tras una
parada, por consiguiente, desde el punto de vista del coste energético, una
parada en fusión supone un problema mucho mayor que en fisión.
Hablemos del coste del combustible en
el confinamiento magnético. Sin lugar a dudas es prácticamente despreciable
frente a la inversión inicial en infraestructuras, pero esta es tan elevada, al
nivel actual de conocimiento, que supera con creces los costes de otras fuentes
de energía. Por esta razón muchos opinan que el tiempo y el dinero dedicado a
la investigación de fusión deberían dedicarse a otras tecnologías energéticas
que ya hubieran mostrado su viabilidad.
¿Es viable económicamente la fusión
por láser? La respuesta, de momento, es negativa y, esta vez, aunque parezca
mentira, por cuestiones de coste del combustible. Efectivamente la fabricación
de los “perdigones” de combustible es hoy un proceso carísimo (véase la figura
2). El presupuesto de la Universidad de Rochester es de varios millones de
dólares por 6 cápsulas de Deuterio-Tritio que se introducen en la cámara de
irradiación para quemar en un año. Una máquina comercial necesitaría unas
90 000 de esas cápsulas por día. La pregunta es obvia: ¿es posible
abaratar hasta extremos rentables la producción de esas cápsulas de D-T?
Figura 2: Proyecto NIF (National Ignition Facility) del Lawrence Livermore National Laboratory, California.
Izquierda: Microcápsula de combustible (“perdigón” mezcla Deuterio-Tritio).
Derecha: Cámara de irradiación en cuyo centro debe implotar la microcápsula al ser iluminada simultáneamente por los haces de un láser de 500 TW. En el centro de la parte superior puede verse a un operario en labores de mantenimiento.
Debemos pues concluir que el enfoque
actual de un mundo basado únicamente en la energía de fusión no solo es poco
realista, sino que en ningún caso es la panacea, ni energética, ni económica,
ni política, ni social.
Rebecca Harme, del grupo de “Los
Verdes” del Parlamento Europeo, solicitando en la Comisión de Industria que el
esfuerzo se desvíe en otra dirección, ha asegurado: “En los próximos
cincuenta años la fusión nuclear no va a luchar contra el cambio climático ni a
garantizar la seguridad de nuestro suministro energético”. Hoy, en plena
crisis económica, la opinión generalizada es que invertir 13 000 millones
de euros en un proyecto a cincuenta años, del cual no tenemos asegurada la
viabilidad, es descabellado. Claro que cabe preguntarse: ¿cuánto ha costado el
rescate bancario, solo en España?; ¿cuál va a ser el resultado del mismo?
Evidentemente se pueden hacer críticas a la fusión pero deben ser más serias y
quizás provenir de ambientes más cualificados. Sin embargo, la respuesta desde
el sector científico a estas críticas es siempre la misma, y siempre igual de
tibia, se limita a afirmar que la seguridad intrínseca de esta forma de
producir energía es suficiente pretexto como para intentar ganar la partida.
Afortunadamente hay voces discordantes
más cualificadas que piensan, no que la fusión termonuclear controlada es un
imposible, sino que el camino elegido, el ITER (iter es “camino” en latín), no
es el correcto. Estas críticas provenientes de la comunidad científica del
plasma son las más demoledoras, y no son recientes sino que incluso se remontan
a los comienzos de la puesta en marcha de tokamaks como el TFTR americano y el
JET europeo. El problema sobrevino cuando los demás dispositivos de
confinamiento magnético fueron abandonados a favor de los tokamak, sin haber
sido estudiados con la profundidad requerida ante una decisión de tal
envergadura. Los primeros en caer en el olvido, pese a su simplicidad, fueron
los espejos magnéticos y el laboratorio de Livermore, a comienzos de la década
de los ochenta del pasado siglo, estaba a punto de inaugurar uno de esos
dispositivos, también de un tamaño considerable, cuando pocas semanas antes
recibió de la administración Reagan la orden de abandonar el proyecto en favor
de la fusión por láser, con connotaciones más belicistas, relacionadas con el
famoso proyecto conocido popularmente como “guerra de las galaxias”.
En definitiva, no se han dejado
madurar las ideas, no se han hecho suficientes experimentos de laboratorio a
pequeña escala. Se ha cercenado la investigación básica. Algunos países como
España se han lanzado a gastar dinero en construir máquinas inservibles, cuando
hubiera costado mucho menos tener a los científicos y técnicos preparados con
estancias en los centros donde se cocían de verdad las grandes soluciones. El
propio Bob Hirsch, defensor a ultranza de las grandes máquinas tokamak a
comienzos de su carrera, “cuando era un joven con prisas”, –como dijo alguien–,
en un discurso ante la Sociedad Nuclear Americana en 1985, atacó la idea del
tokamak como inservible para los objetivos de la energía comercial de fusión.
¿Llevaría razón? Sus argumentos científicos terminaban con la idea de la
inviabilidad a nivel comercial de un sistema que consistía en una complicada
geometría, con anillos y más anillos abrazando una cámara de vacío a la que
apenas se podía llegar ni con radiación electromagnética; “la industria
preferirá una geometría sencilla”, afirmaba. Hirsch abogaba entonces por
dispositivos más pequeños y manejables.
También hay voces que opinan que el
problema reside en la falta de presupuesto. ¿Si se hubiera hecho el mismo
esfuerzo por desarrollar la Física del Plasma como se ha hecho para encontrar
“el color” de los quarks, sería hoy la fusión una realidad? Es más, bastaría haber dedicado el mismo
presupuesto a otros diseños que el dedicado al desarrollo del tokamak, quizás
con eso hubiera sido suficiente para encontrar la solución.
Don Grove, antiguo colaborador de
Spitzer, padre de los “stellarator”
–otro diseño de confinamiento magnético para la fusión–, y a la sazón
responsable del grupo de fusión de la Universidad de Princeton, se quejaba de
lo que parecía evidente: cuánto menos práctico era un proyecto mayor apoyo
recibía de los políticos, con tal de ganarle la carrera a algún “enemigo”. Erik
Storm, líder de la fusión por láser, compartía el mismo pesimismo: “Creo que
las soluciones a los problemas de la Humanidad pasan por descubrir el verdadero
color de los quarks”, decía. Claro que, al fin y al cabo, la comunidad de
fusión se pasaba la vida diciendo que ya estaba a punto de encontrar la energía
más segura, inagotable y barata, pero sus proyectos eran tan caros, que era más
rentable escurrir las últimas gotas de petróleo de los sitios más inaccesibles.
La última crítica conocida es más
feroz, si cabe, y proviene de Jean Pierre Petit, exdirector de investigación
del CNRS francés y gran especialista en Física del Plasma. Petit afirma que el
problema fundamental reside en el propio comportamiento del plasma de un
tokamak; las disrupciones no permitirán jamás que un dispositivo comercial
llegue a funcionar. Estos “apagones” del gas ionizado, de consecuencias
desastrosas, están muy lejos de evitarse y pueden aparecer en cualquier
momento, basta una ligera inestabilidad desencadenada por unos cuantos átomos
de impurezas mezclados con el combustible.
Es posible que el problema mayor del
ITER provenga del empeño de los socios en no hacer un fondo común y designar un
equipo de realización del proyecto. Cada país participante quiere hacer
revertir su inversión en la industria propia. En palabras de Brumfiel
periodista de la revista “Nature” que
sigue el proceso de su construcción desde hace más de 10 años: “es como si
uno pidiera bajo catálogo una serie de chapas y cientos de miles de tuercas y
tornillos para construir en el jardín de su casa un Boeing 747”. Pero hay
un par de detalles que todos olvidan: 1) en plena crisis no es difícil que
alguna de las empresas adjudicatarias de parte del proyecto quiebre a la mitad
o casi al final del camino, con el dinero gastado y la pieza a medio hacer; y
2) tras los muchos ajustes, hay piezas que nunca han sido especificadas en los
catálogos, posiblemente hasta la hora de ensamblar el conjunto no se sepa
cuáles son. Efectivamente, algunos países, como la India, empiezan a tener
problemas para cumplir sus compromisos o para repartir los contratos entre las
empresas subcontratantes.
En resumen, podemos afirmar que, por
mucho tiempo, la fusión no será la protagonista del futuro energético de la
Humanidad.
Julio
Gutiérrez Muñoz
Doctor en Física
Catedrático de Universidad de
Física Atómica, Molecular y Nuclear, jubilado.
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