jueves, 13 de febrero de 2020

Fusión Termonuclear ¿cuestión tecnológica, económica o política? - Julio Gutiérrez Muñoz

¿Se llegará a obtener energía gracias a la Fusión Termonuclear controlada? ¿Es una cuestión tecnológica, económica o política?
(Por Julio Gutiérrez Muñoz)

(Noviembre 2016)


Antes de comenzar a analizar estas preguntas, conviene dar unas pinceladas sobre qué es la Fusión Termonuclear y su nomenclatura habitual.

Las altas temperaturas necesarias para vencer la repulsión eléctrica de los núcleos a fusionar para obtener energía –millones de grados Celsius– hacen que los “combustibles” (normalmente Deuterio y Tritio) estén ionizados. Es decir, los átomos habrán perdido sus electrones y se encuentran en un estado denominado plasma, cuyas propiedades y comportamiento se conocen muy mal. Además, esas mismas temperaturas imposibilitan el confinamiento del plasma en recipientes, los cuales se volatilizarían al contacto con el gas ionizado. Actualmente, existen dos posibilidades, con ventaja sobre las demás barajadas hasta el momento, de controlar el proceso:

1) la fusión por confinamiento magnético, consistente en utilizar fuertes campos magnéticos para mantener el plasma en el interior de un recipiente, pero alejado de sus paredes

2) la fusión por confinamiento inercial, también llamada fusión por láser, consistente en comprimir en el vacío la mezcla de núcleos a fusionar hasta densidades extremas, mediante el bombardeo de haces de luz procedentes de un láser de gran energía.

Ambos tipos de dispositivos, en su evolución desde los comienzos de la fusión nuclear, han adquirido tamaños descomunales como acreditan las figuras 1 y 2, y ese es el primer problema –quizás el más grave que– aleja de la realidad práctica la obtención de la energía prometida.

Ante la complejidad de la fusión, sea cual sea el tipo de confinamiento, ¿qué cabe decir? En consecuencia, los avances tecnológicos tienen, y seguramente tendrán por incontables años, mucho de acierto/error. Algunos de los problemas que presentan los diseños actuales tienen su origen, fundamentalmente, en la ingeniería y, en comparación con las dificultades conceptuales de la física subyacente, son extremadamente graves y difíciles de resolver.

Existe un problema adicional no menor. En el proceso se producen neutrones de alta energía imposibles de frenar antes de que atraviesen las paredes del dispositivo. Ello convierte en radiactivas las estructuras, por lo que se hace necesario encontrar materiales de baja activación frente al intenso bombardeo neutrónico, amén de otras partículas que escapan del confinamiento.



Figura 1: Esquemas a escala que ilustran la evolución de los tamaños de los dispositivos de confinamiento magnético, los llamados “TOKAMAK” –acrónimo del ruso тороидальная камера с магнитными катушками (toroidal'naya kamera s magnitnymi katushkami, en español cámara toroidal con bobinas magnéticas)– El ITER se encuentra en estado de construcción y el DEMO, en etapa de proyecto, se supone será el primer reactor comercial.


Este bombardeo no solo induce radiactividad, sino que cambia las propiedades físico-químicas por las que fueron elegidos tales materiales (resistencia a las altas temperaturas, resistencia a las grandes tensiones mecánicas, etc.). En el confinamiento magnético, debido a los intensísimos campos, las estructuras estarán sometidas a enormes tensiones mecánicas y aceptarán mal las pérdidas de sus propiedades, eso por no hablar de la posible volatilización de parte de la cámara de confinamiento cada vez que se produce una disrupción, fenómeno que, a causa de inestabilidades, desvía toda la columna de plasma haciéndola impactar contra las paredes (cortocircuito), ¡y ello a temperaturas del orden de millones de grados Celsius! Por otra parte, las bobinas superconductoras, necesarias para conseguir elevados campos magnéticos, jamás se han empleado bajo el intenso flujo de neutrones que supondrá el funcionamiento del ITER (el prototipo casi comercial en fase de proyecto) y puede haber sorpresas nada agradables al respecto.

Aunque los materiales irradiados procedentes de la fusión son menos radiactivos que los correspondientes a un reactor de fisión y podrán ser manipulados sin peligro en cuestión de un par de decenas de años, los defensores de la fisión atacaron fuerte y uno de sus argumentos consistía en decir que la fusión era igual de sucia y por el contrario mucho más cara. Hace unos 35 años, Lawrence Lidsky, profesor de Ingeniería Nuclear del MIT (Massachusetts Institute of Technology), publicó un artículo atacando la fusión, en la revista de esa institución “Technology Review”, del cual se hizo eco el Washington Post y terminó por dar la vuelta al mundo. Los titulares de los periódicos eran de este tenor: “La fusión no es posible”; “Se cree que la fusión termonuclear ha llegado a su fin”; “Se considera la fusión sencilla pero inútil”; “Un veterano de la fusión declara que los problemas a los que se enfrentan son irresolubles”... Los entusiastas de la fusión tampoco acertaban con los argumentos para rebatir el ataque.

Los razonamientos técnicos de Lidsky eran los siguientes:

a) los costes de construcción de un reactor de fusión serán siempre mayores que los correspondientes a un reactor de fisión de la misma potencia

b) los problemas de ingeniería serán mayores, empezando por la necesidad de evitar el bombardeo neutrónico de los materiales estructurales que deben soportar tensiones mecánicas hasta ahora inimaginables

c) aunque no sean muy graves, los accidentes provocarán en un reactor de fusión paros que harán no rentable económicamente una central de este tipo

d) los reactores de fusión serán enormes, complicados, caros y poco fiables

e) el uso de un reactor de fusión estará limitado a formar tándem con uno de fisión en el mejor de los escenarios.

En cualquier caso, la reacción política no se hizo esperar y Lidsky fue destituido de su cargo de director adjunto del Centro de Fusión del MIT. El encargado de rebatir sus manifestaciones fue Harold Furth, de Princeton, quien utilizó la batería de siempre. La justificación “estrella” consistió en decir: “Si los hermanos Wright no hubieran construido un primer aparato volador torpón, nunca se hubiera desarrollado la tecnología aeronáutica actual”, en una clara defensa de la forma de investigar en modo acierto/error. Evidente, pero también debemos reconocer que el método lo emplearon con prototipos pequeñitos. ¿Se imagina el lector a los hermanos Wright intentando hacer volar un primer modelo de la talla de un Jumbo?

De todo lo anterior se desprende que la mayor desventaja de la fusión controlada, frente a otras fuentes de energía quizás menos prometedoras pero sí más fáciles de manejar, incluida la fisión, reside en el factor económico. ¿Qué compañía arriesgará su capital en construir una planta de fusión que, en el mejor de los casos, funcionará a trompicones y producirá energía a un coste superior al de cualquier otro sistema? Primero se necesita un esfuerzo suplementario para simplificar la complejidad tecnológica de las máquinas actuales y minimizar su coste. Hoy día un reactor de fusión requiere el concurso de muchos países y, si fuera un sistema prometedor, más de una compañía eléctrica ya habría entrado en tales consorcios; no olvidemos que se postula como la energía más limpia, barata e inagotable de la historia presente y futura de la Humanidad.

Por otra parte, muchas organizaciones ecologistas ya han levantado la voz sobre la falacia de la inagotabilidad del combustible. Si la fusión del combustible mezcla Deuterio-Tritio ha sido inviable hasta hoy, más difícil será conseguir la fusión mediante la mezcla Deuterio-Deuterio. Como el Tritio es radiactivo y de corta vida media, no se encuentra en abundancia suficiente en la Naturaleza y hay que obtenerlo por bombardeo neutrónico del Litio6, por consiguiente, es el Litio el elemento que debe proveer de combustible a una planta termonuclear y su abundancia, aunque es 15 veces mayor que la del Uranio, no es ilimitada, sobre todo la del isótopo Litio6, el cual representa solo un 7 % del Litio natural. A ello se añade el problema del uso del radiactivo Tritio, susceptible de pasar al ciclo biológico del agua, y de los materiales, también radiactivos, que saldrán de las estructuras desechadas.

La fusión, por lo tanto, podría ser una gran mentira, como algunos la califican.

Supongamos que estamos en 2050 y los prototipos como el ITER han demostrado que la fusión es viable a un coste de, pongamos por caso, 8000 millones de euros por planta energética. Además, la Física del Plasma no ha proporcionado ninguna sorpresa nueva con relación a las inestabilidades, disrupciones, etc., y los reactores se han mostrado estables. El problema seguiría siendo el mismo que el actual en relación a las plantas de fisión. Una central de este estilo siempre será un generador de base, es decir, debe proporcionar energía eléctrica a la red a un ritmo constante y sin interrupciones imprevistas, pues su coste inicial hace que solamente sea rentable si está siempre operativa. Por otra parte, es muy probable que siempre se necesiten enormes cantidades de energía para reiniciar la ignición tras una parada, por consiguiente, desde el punto de vista del coste energético, una parada en fusión supone un problema mucho mayor que en fisión.

Hablemos del coste del combustible en el confinamiento magnético. Sin lugar a dudas es prácticamente despreciable frente a la inversión inicial en infraestructuras, pero esta es tan elevada, al nivel actual de conocimiento, que supera con creces los costes de otras fuentes de energía. Por esta razón muchos opinan que el tiempo y el dinero dedicado a la investigación de fusión deberían dedicarse a otras tecnologías energéticas que ya hubieran mostrado su viabilidad.

¿Es viable económicamente la fusión por láser? La respuesta, de momento, es negativa y, esta vez, aunque parezca mentira, por cuestiones de coste del combustible. Efectivamente la fabricación de los “perdigones” de combustible es hoy un proceso carísimo (véase la figura 2). El presupuesto de la Universidad de Rochester es de varios millones de dólares por 6 cápsulas de Deuterio-Tritio que se introducen en la cámara de irradiación para quemar en un año. Una máquina comercial necesitaría unas 90 000 de esas cápsulas por día. La pregunta es obvia: ¿es posible abaratar hasta extremos rentables la producción de esas cápsulas de D-T?



Figura 2: Proyecto NIF (National Ignition Facility) del Lawrence Livermore National Laboratory, California. 
Izquierda: Microcápsula de combustible (“perdigón” mezcla Deuterio-Tritio). 
Derecha: Cámara de irradiación en cuyo centro debe implotar la microcápsula al ser iluminada simultáneamente por los haces de un láser de 500 TW. En el centro de la parte superior puede verse a un operario en labores de mantenimiento.


Debemos pues concluir que el enfoque actual de un mundo basado únicamente en la energía de fusión no solo es poco realista, sino que en ningún caso es la panacea, ni energética, ni económica, ni política, ni social.

Rebecca Harme, del grupo de “Los Verdes” del Parlamento Europeo, solicitando en la Comisión de Industria que el esfuerzo se desvíe en otra dirección, ha asegurado: “En los próximos cincuenta años la fusión nuclear no va a luchar contra el cambio climático ni a garantizar la seguridad de nuestro suministro energético”. Hoy, en plena crisis económica, la opinión generalizada es que invertir 13 000 millones de euros en un proyecto a cincuenta años, del cual no tenemos asegurada la viabilidad, es descabellado. Claro que cabe preguntarse: ¿cuánto ha costado el rescate bancario, solo en España?; ¿cuál va a ser el resultado del mismo? Evidentemente se pueden hacer críticas a la fusión pero deben ser más serias y quizás provenir de ambientes más cualificados. Sin embargo, la respuesta desde el sector científico a estas críticas es siempre la misma, y siempre igual de tibia, se limita a afirmar que la seguridad intrínseca de esta forma de producir energía es suficiente pretexto como para intentar ganar la partida.

Afortunadamente hay voces discordantes más cualificadas que piensan, no que la fusión termonuclear controlada es un imposible, sino que el camino elegido, el ITER (iter es “camino” en latín), no es el correcto. Estas críticas provenientes de la comunidad científica del plasma son las más demoledoras, y no son recientes sino que incluso se remontan a los comienzos de la puesta en marcha de tokamaks como el TFTR americano y el JET europeo. El problema sobrevino cuando los demás dispositivos de confinamiento magnético fueron abandonados a favor de los tokamak, sin haber sido estudiados con la profundidad requerida ante una decisión de tal envergadura. Los primeros en caer en el olvido, pese a su simplicidad, fueron los espejos magnéticos y el laboratorio de Livermore, a comienzos de la década de los ochenta del pasado siglo, estaba a punto de inaugurar uno de esos dispositivos, también de un tamaño considerable, cuando pocas semanas antes recibió de la administración Reagan la orden de abandonar el proyecto en favor de la fusión por láser, con connotaciones más belicistas, relacionadas con el famoso proyecto conocido popularmente como “guerra de las galaxias”.

En definitiva, no se han dejado madurar las ideas, no se han hecho suficientes experimentos de laboratorio a pequeña escala. Se ha cercenado la investigación básica. Algunos países como España se han lanzado a gastar dinero en construir máquinas inservibles, cuando hubiera costado mucho menos tener a los científicos y técnicos preparados con estancias en los centros donde se cocían de verdad las grandes soluciones. El propio Bob Hirsch, defensor a ultranza de las grandes máquinas tokamak a comienzos de su carrera, “cuando era un joven con prisas”, –como dijo alguien–, en un discurso ante la Sociedad Nuclear Americana en 1985, atacó la idea del tokamak como inservible para los objetivos de la energía comercial de fusión. ¿Llevaría razón? Sus argumentos científicos terminaban con la idea de la inviabilidad a nivel comercial de un sistema que consistía en una complicada geometría, con anillos y más anillos abrazando una cámara de vacío a la que apenas se podía llegar ni con radiación electromagnética; “la industria preferirá una geometría sencilla”, afirmaba. Hirsch abogaba entonces por dispositivos más pequeños y manejables.

También hay voces que opinan que el problema reside en la falta de presupuesto. ¿Si se hubiera hecho el mismo esfuerzo por desarrollar la Física del Plasma como se ha hecho para encontrar “el color” de los quarks, sería hoy la fusión una realidad?  Es más, bastaría haber dedicado el mismo presupuesto a otros diseños que el dedicado al desarrollo del tokamak, quizás con eso hubiera sido suficiente para encontrar la solución.

Don Grove, antiguo colaborador de Spitzer, padre de los “stellarator” –otro diseño de confinamiento magnético para la fusión–, y a la sazón responsable del grupo de fusión de la Universidad de Princeton, se quejaba de lo que parecía evidente: cuánto menos práctico era un proyecto mayor apoyo recibía de los políticos, con tal de ganarle la carrera a algún “enemigo”. Erik Storm, líder de la fusión por láser, compartía el mismo pesimismo: “Creo que las soluciones a los problemas de la Humanidad pasan por descubrir el verdadero color de los quarks”, decía. Claro que, al fin y al cabo, la comunidad de fusión se pasaba la vida diciendo que ya estaba a punto de encontrar la energía más segura, inagotable y barata, pero sus proyectos eran tan caros, que era más rentable escurrir las últimas gotas de petróleo de los sitios más inaccesibles.

La última crítica conocida es más feroz, si cabe, y proviene de Jean Pierre Petit, exdirector de investigación del CNRS francés y gran especialista en Física del Plasma. Petit afirma que el problema fundamental reside en el propio comportamiento del plasma de un tokamak; las disrupciones no permitirán jamás que un dispositivo comercial llegue a funcionar. Estos “apagones” del gas ionizado, de consecuencias desastrosas, están muy lejos de evitarse y pueden aparecer en cualquier momento, basta una ligera inestabilidad desencadenada por unos cuantos átomos de impurezas mezclados con el combustible.

Es posible que el problema mayor del ITER provenga del empeño de los socios en no hacer un fondo común y designar un equipo de realización del proyecto. Cada país participante quiere hacer revertir su inversión en la industria propia. En palabras de Brumfiel periodista de la revista “Nature” que sigue el proceso de su construcción desde hace más de 10 años: “es como si uno pidiera bajo catálogo una serie de chapas y cientos de miles de tuercas y tornillos para construir en el jardín de su casa un Boeing 747”. Pero hay un par de detalles que todos olvidan: 1) en plena crisis no es difícil que alguna de las empresas adjudicatarias de parte del proyecto quiebre a la mitad o casi al final del camino, con el dinero gastado y la pieza a medio hacer; y 2) tras los muchos ajustes, hay piezas que nunca han sido especificadas en los catálogos, posiblemente hasta la hora de ensamblar el conjunto no se sepa cuáles son. Efectivamente, algunos países, como la India, empiezan a tener problemas para cumplir sus compromisos o para repartir los contratos entre las empresas subcontratantes.

En resumen, podemos afirmar que, por mucho tiempo, la fusión no será la protagonista del futuro energético de la Humanidad.


Julio Gutiérrez Muñoz
Doctor en Física
Catedrático de Universidad de Física Atómica, Molecular y Nuclear, jubilado.

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